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Tema 2.1. La resiliencia en el aula.

  • Foto del escritor: Gabriela Fierro
    Gabriela Fierro
  • 14 may 2020
  • 5 Min. de lectura

Una de las grandes metas para quienes trabajamos con niños, adolescentes y jóvenes en contextos de educación, es –sin duda– lograr que nuestros alumnos alcancen la resiliencia plenamente, y así sean capaces de afrontar los diversos retos que les planteé la vida en sus múltiples etapas y facetas.


Diversas organizaciones nacionales e internacionales (entre ellos ministerios y secretarías de Educación, y la UNESCO, particularmente), reconocen a la escuela como un espacio propicio para generar en los individuos oportunidades reales que les permitan desarrollarse propicia y activamente, dentro de sus colectivos y grupos sociales.


La UNICEF, además, señala que para el cumplimiento de los derechos internacionales de los niños y las niñas, es fundamental que estos se desarrollen en entornos de bienestar y optimismo, en donde la resiliencia juega un papel clave.


Como docentes que, en nuestra gran mayoría, nos desempeñamos en contextos campesinos, indígenas y rurales (dentro de los linderos geográficos de la Sierra Tarahumara y otros municipios del estado de Chihuahua como Cuauhtémoc o Guerrero), encontramos en nuestro ejercicio diario que nuestros estudiantes enfrentan condiciones de vida apremiantes.


La marginación, la pobreza, el racismo, la discriminación, la violencia, el limitado acceso a las tecnología de la información y muchos otros factores económicos, políticos y estructurales, condicionan sus procesos de aprendizaje, y muchas veces los limitan.


Por esto, es fundamental que contemos con las herramientas necesarias para propiciar en ellos la resiliencia; un valor que indiscutiblemente necesitan para afrontar esos factores que no les favorecen.


Pero, ¿qué es la resiliencia y en qué consiste? ¿Cómo puede fomentarse en los ámbitos educativos? ¿Qué necesitamos hacer como docentes para lograrlo?


Estos, y otros aspectos más son los temas tratados por Juan de Dios Uriarte (2006) en su artículo: “Construir la resiliencia en la escuela”, el cual nos toca revisar en este bloque.


A continuación, repasaremos algunos de los puntos más relevantes que el autor trata al respecto.


Primero, hay que partir de un principio básico: los periodos de instrucción obligatoria juegan un papel primordial en el desarrollo biológico, cognitivo, intelectual, social y cultural de los niños y adolescentes. Son las bases para fincar los cuatro elementos esenciales de la producción del conocimiento:


  1. Aprender a conocer.

  2. Aprender a hacer.

  3. Aprender a vivir en sociedad.

  4. Aprender a ser.



Si apelamos a este principio, la escuela deberá entonces obedecer a las demandas y necesidades de su estudiantado, y de los entornos que lo enmarcan.


Y sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas. Los altos índices de violencia, acoso, fracaso y deserción escolar nos hablan de que algo está fallando en nuestra capacidad para transmitir aprendizajes significativos, y trascender en nuestros procesos de enseñanza.


A esto, se suma otro factor clave: no todos los centros educativos son iguales. De acuerdo con su ubicación geográfica, sus fuentes de financiamiento, y su acceso a ciertos recursos, existen escuelas sumamente favorecidas, mientras que otras no cuentan ni con los insumos mínimos indispensables para que sus alumnos puedan aprender y socializar óptimamente; en ese sentido, son el vivo reflejo de las condiciones contextuales que las enmarcan.


Entonces, cuando el caso es éste, surge la siguiente disyuntiva: ¿cómo potenciar en los estudiantes la resiliencia si el propio centro educativo adolece de las condiciones necesarias para desarrollar sus trabajos cabalmente?


“Se plasma así la paradoja de una sociedad que cada vez responsabiliza más a la escuela de la educación de los niños, pero al mismo tiempo le quita autoridad y no le proporciona suficientes medios para hacerlo bien.” (Uriarte, 2006, p. 12)

No obstante, ello no debe constituirse como una “excusa perfecta” para cruzarse de brazos y no hacer nada. No…


¿Entonces?


Volvamos al comienzo de esta reflexión y volteemos a ver a la resiliencia.


La resiliencia, en términos generales, puede ser definida como:


"La capacidad que tienen las personas para desarrollarse psicológicamente con normalidad, a pesar de vivir en contextos de riesgo, como entornos de pobreza y familias multiproblemáticas, situaciones de estrés prolongado, centros de internamiento."
"Se refiere tanto a los individuos en particular como a los grupos familiares o escolares que son capaces de minimizar y sobreponerse a los efectos nocivos de las adversidades y los contextos desfavorecidos y deprivados socioculturalmente." (Uriarte, 2006, p. 13).

La resiliencia, como valor universal, se relaciona directamente con la alteridad y con los juegos de las identidades. Esto es, al reconocer las cualidades en los otros, respetando la diversidad y respetando otras formas de ser, hacer, vivir y estar.


La resiliencia, vista como un enfoque educativo renovado, va más allá de dicho por los determinismos biologicista y social, que rezarían de la siguiente manera:


  • Determinismo biológico: un individuo es incapaz de aprender o de hacer cosas diversas, porque está impedido física, genética y cognitivamente para hacerlo.

  • Determinismo social: un individuo es incapaz de aprender o de hacer cosas diversas, porque su etnia, su cultura, su pobreza o su entorno se lo impiden.


Estos determinismos obedecen, más bien, a un enfoque de riesgo.



Por el contrario, la resiliencia propiciaría que docentes y centros educativos identifiquen lo más pronto posible esas condiciones desfavorables que aquejan a los estudiantes, no para eliminarlas, pero sí para canalizarlas y convertirlas en una oportunidad de aprendizaje y desarrollo, al buscar superarlas.


Para lograrlo, se propone lo siguiente:


  1. Generar mecanismos de tutorías y enseñanzas personalizadas e individualizadas.

  2. Producir entornos de aprendizaje en donde se resalten las características especiales (y positivas) de todos y cada uno de los estudiantes.


Por su parte, los autores Henderson y Milstein (2003), han establecido los “siete pasos para fomentar la resiliencia en la escuela, la comunidad y el hogar”, los cuales son:


1. Mitigar el riesgo y enriquecer los vínculos

2. Fijar límites claros y firmes

3. Enseñar habilidades para la vida

4. Construir la resiliencia

5. Brindar afecto y apoyo

6. Establecer y transmitir expectativas elevadas.

7. Brindar oportunidades de participación significativa.


Uriarte (2006), además, identifica que numerosos estudios que versan en torno a este tema coinciden en un elemento importante: para lograr la resiliencia en la escuela, el profesor al mando debe de ser resiliente. Ello parece una obviedad, pero no lo es.


Esto significa que el docente, además de avocarse a los contenidos planteados por los currículos, deberá ser empático, resaltar las capacidades de sus alumnos, pero sobre todo conducirse a partir de los principios del afecto y la protección. Autores diversos coinciden en apuntar que este par de elementos son los que permiten que los efectos negativos generados por condicionantes desfavorables se vean frenados en los entornos escolares.


Este último punto, es el que nos concatenará con el siguiente tema a analizar y que será motivo de nuestra reflexión: el profesor resiliente y sus características.


Si tienes dudas o comentarios con respecto a este tema, recuerda que puedes escribirlos aquí.


No olvides entregar tu reporte de lectura del texto de Uriarte (2006), y la reflexión escrita con respecto al video: “Resiliencia, poder y liderazgo”, el cual te dejo enseguida para que lo veas:


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